Estimada ^CC

Estimada ^CC. Si obra el milagro de Twitter y esto llega a tus manos, por favor escribime. Mandame un mensaje directo, como solías hacer. Y continuamos por ahí. Soy yo: el titular de la línea finalizada en 5750.
No voy a mencionar a tu compañía. Me cansé de dar explicaciones. ¿Tan difícil es que vuelvas a atenderme vos? ¿No se solucionará apagando y prendiendo Twitter o algo así, como aconseja el 80% de los pelotudos de tus compañeros?
«No tengo señal»: «Reinicie el dispositivo». «Se me cortan las llamadas»: «Resetee el teléfono y coméntenos si el problema persiste». «Tengo asma»: «Apague su sistema respiratorio, espere un minuto y vuelva a encenderlo».
Me tienen los huevos llenos. Actualicé durante horas los mensajes de Twitter. No hubo uno que dijera «Sí, le comunico», o «No, el turno de ^CC terminó, pregunte mañana». Ayer me llegó otro inbox, pero -otra vez- no era tuyo.
—¿Usted es el titular? ¿Su DNI termina en 239? Aguardo su confirmación.^NS
Contesté en un segundo:
—Sí.
Tardaron 25 minutos en seguirla.
—Buenas tardes, Federico, gracias por esperar. ¿Podría detallarme el problema? ^MJ
—Hola, ^MJ. Necesito chatear con una persona que me atendió antes que vos y antes que ^NS.
Silencio. Ese mensaje lo mandé a las 15:53. Respondieron 16:42. En ese lapso fumé seis cigarrillos.
—De nuevo me disculpo por la demora. Corroboro que usted nos escribe por un problema en la línea 5750, ¿verdad? ^MJ
—Hola ^MJ, perdí la cuenta de cuántas veces te saludé. ¿Hay forma de que me atienda alguien con quien ya hablé?
—Federico le comento, en este caso yo tengo asignado su reclamo; con gusto lo ayudaré en lo que necesite. ^MJ
—^MJ: necesito hablar con una compañera tuya. Me atendió antes y lo hizo muy bien.
De eso ya pasó un día. Nadie contestó. Hoy pinché sobre el logo de esa empresa monopólica, usurera y verga en la que laburás y escribí:
«Agradezco que, pese a que mi foto de perfil se tomó durante el carnaval carioca del casamiento de mi hermana, hayan notado detrás de esos anteojos y bigote de plástico la cara de pelotudo que evidentemente tengo. Hace dos días espero que me contesten una pregunta simple.
«Pago una fortuna por mes. Abusan de su posición dominante y de que las empresas similares son igual de chotas o peores que ustedes. Lo siento por quien trabaje de leer estos mensajes de odio que escribe un imbécil estafado, un enajenado que tira la plata en servicios paupérrimos como el que brindan. Les deseo a todos sus CEOs, que se limpian la guasca con billetes de mil dólares, que quiebren, se queden en la calle, consigan laburo en un safari en África y se los coja un rinoceronte». Y rematé: «Estoy reclamando a Defensa al Consumidor.»
Dos minutos después recibí un nuevo mensaje.
—Buenas tardes, Federico, lamento la demora y le agradezco por comunicarse. Cuénteme por favor cuál es su consulta. ^RC
Empecé a contestar hecho una furia.
—Mirá, ^RC, vos sabés mi nombre, mi dirección, mi edad, capaz hasta escuchás mis conversaciones. Dejá de firmar así y decime tu nombre. ¿^RC? ¿Qué es ^RC? ¿Roberto Carlos? ¿Ricardo Canaletti? ¿Racing Club?
^RC respondió enseguida.
—Comprendo lo que me dice, Federico.
—Y, muy difícil no es, salvo que me pase como esa gente que se golpea la cabeza y se despierta hablando en bengalí sin darse cuenta.
—Federico, le pido que me confirme si usted es el titular. ¿Su DNI termina en 239 y la línea en 5750? ^RC
—¡Que sí!
—Bien. Mi nombre es Romina. Coménteme el problema, Federico. ^RC
Supe que de ahí en más debía ser concreto.
—Tuve un inconveniente puntual y me atendió alguien que firmó como ^CC. Es raro lo que te voy a contar… Por favor, Romina, necesito que me tomes en serio.
—Dígame, Federico, aguardo en línea. ^RC
—Gracias. La cuestión es que… Nunca me habían atendido así. Me solucionó ese problema. Me explicó algo de la factura. Me aplicó una promoción bárbara. Escuchó mis quejas. Me habló con dulzura, usó emojis. Me convirtió en un cliente satisfecho.
—Le dejo un link para que complete una encuesta de satisfacción.
—¡No, no! El tema es que… Romina, lo que te voy a decir, qué pensarás, qué vergüenza…
—Continúe, Federico. ^RC
—Creo que me enamoré de ^CC, Romina. No me preguntes cómo, con qué elementos, pero lo supe. Años de chats habrán desarrollado en mí un sexto sentido sobre las buenas personas, no sé. Debo hablar con ella.
Apenas lo envié supe que era un imbécil. ¿Quién tomaría en serio un pedido así? Pero ya había ido demasiado lejos, y prefería que me ignoraran por trastornado a dar un paso atrás.
Tuve una idea.
—Leé por favor. Fue en este mismo chat. Si deslizás hacia arriba encontrarás una sarta de puteadas mías para tus compañeros, pero si seguís subiendo y leés mi conversación con ^CC vas a entender.
Empezaron a titilar los tres puntitos. Romina estaba escribiendo. Tragué. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Tosí. Me había ahogado con la saliva.
Los puntitos desaparecieron. Luego titilaron de vuelta. Romina escribía como mi abuela en Whatsapp. Pero no llegó nada. En cambio, empezó a vibrar mi celular.
Llamaba un número desconocido. No le di bola. Me cayó un mensaje directo: era una sola palabra, acompañada de dos iniciales.
—Atienda. ^RC
Sonó el teléfono y casi grité:
—¿Romina?
—Federico. Este es mi número particular. No lo agende. Esta charla nunca existió.
—Hecho.
—Hay una forma de dar con la persona que busca. Tengo… Digamos que el muchacho de sistemas me debe un favor. Podría averiguar desde qué punto del país se enviaron los mensajes firmados con las siglas ^CC.
—¿A qué te referís con «desde qué punto del país»?
—Bueno, los puntos de atención al cliente están en cualquier parte de Argentina. Incluso Latinoamérica.
—No lo había pensado.
—También necesito consultarle: ¿le es indistinto el sexo?
—¿Perdón?
—Claro: ^CC podría ser una mujer… O podría ser un hombre.
Tampoco lo había pensado. Siempre la supuse mujer. Rubia, cándida, grácil. Imaginé que se llamaba Cecilia, y que la apodaría Cecé cuando corriéramos juntos por un prado y el viento le volara el pareo, o cuando hiciéramos ángeles sobre la nieve acumulada en el Central Park. Pero ^CC podía ser tanto de Cecilia o Camila, como de Carlín Calvo o Cacho Castaña.
Romina me sacó de mis cavilaciones.
—No se preocupe. Puedo averiguarlo. Si me pregunta, por intuición femenina de lo que leí, creo que es una mujer.
Sonreí por primera vez en mucho tiempo. Me dolieron las comisuras de los labios.
—Romina, no sé cómo agradecerte.
—No me queda mucho en esta compañía. Me puedo permitir un acto samaritano después de haber cagado a tanta gente.
—Que el universo te devuelva el doble.
—Antes, Federico. Hay algo esencial que usted debe decirme.
—Lo que sea— ofrecí.
Lo que siguió no pareció la voz de Romina.
«Tu, tu, tu». La llamada se había cortado.
Mi corazón dejó de bombear. De golpe todos mis órganos estuvieron de huelga. Sentí telgopor en la garganta. Empecé a transpirar.
Procuré mantener la calma. Esperé un nuevo llamado. No lo hubo. Corrí hasta la computadora. Tecleé desesperado:
—Romina, se cortó. Llamame.
La cabeza me latía tanto que fantaseé con un ACV. Pasaron unos minutos. Parecieron meses. Por fin reaparecieron los puntitos.
Al borde del llanto, leí:
—Buenas tardes, Federico. ¿Su consulta es por la línea finalizada en 5750? Aguardo en línea su respuesta. ^ST

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