Fui a un café de Palermo y pedí un espresso. Me trajeron el café más minúsculo de mi vida.
Tomé un sorbo. Estaba tibio.
Se posó una abeja en el borde de la taza.
La soplé para que se volara.
Se cayó adentro.
Peleó contra el café. Movió mucho el aguijón, supongo que en una suerte de instinto estertóreo.
Se quedó quieta y sentí pena por ella.
Pagué 90 pesos por un micro sorbo de café espresso.