(De cuando se acercaba la Navidad de algún año pero el colectivo tardaba tanto en llegar de Buenos Aires a La Plata que dudaba llegar a tiempo)
16 de diciembre. No sé hace cuantas horas estoy viajando en el Plaza. Perdí la cuenta temporal y la percepción espacial.En realidad no estoy seguro si llevo horas o días de viaje.
Las salidas y puestas de sol han sido hasta ahora mi entretenimiento más ameno.
El tipo aquel canoso era un veinteañero cuando le cambié el asiento, apenas subimos al bondi.
Le pregunté al chofer y recién vamos por el peaje de Hudson, con lo que a este ritmo no llego a casa para Navidad.
Y ojo que hablo de que no llego para la Navidad del 2037. El colectivo viene realmente muy lento.
La Navidad del 2016 la recuerdo muy bien porque fue días después de que yo subiera a esta unidad de la línea Plaza, la más lenta de entonces.
Reconozco que aquel 16 de diciembre nos impacientamos a los pocos días de viaje pero a la semana ya eramos todos bastante amigos.
El azar tiene esas cosas de que uno piensa que 60 kilómetros se hacen en menos de una hora y al final te llevan la mitad de tu vida.
El 24 de diciembre de 2016, el tipo más próximo al chofer nos sorprendió a todos cuando mostró la caja que guardaba desde el día que subimos. Era de Georgalos. Era la caja navideña de su empresa.
La guardó para esa noche mágica, cuando llevabamos 8 días sin subir a la autopista.Hubo brindis con sidra caliente, maníes con chocolate derretido y frutas secas que se habían rehidratado del aburrimiento.
Así pasamos la Navidad del 2016, viajando en el Plaza de Buenos Aires a La Plata. Pensamos que sería una excepción.
Sin embargo, y por la velocidad del viaje, también pasamos allí las navidades de 2017,2018,2019,2020, 2021, 2022, 2022 (*), 2023, 2024, 2025.
La Navidad del 2022 la festejamos dos veces porque alguien puso en duda si no habíamos perdido la cuenta.
Fue en 2029 que me enteré, con pesar y amargado por su impaciencia, que mi novia no me había esperado a cenar aquel 16 de diciembre de 2016.
No sólo no me había esperado a cenar, supe después. Tampoco me esperó despierta.Y a juzgar por las fotos en las redes, acaba de festejar los 15 de una hija que nunca tuvo conmigo y que es la menor de seis hermanos.
«Me dijiste que llegabas tarde, pero estamos en el 2046 y recién pasaste la Shell del kilómetro veintipico», reprocharía tiempo después.
Le dije que rehiciera su vida sin mí. Nunca soporté los reproches.
El viaje se está alargando más de lo esperado, y quisiera llegar para los 90 de mi viejo que cumple en febrero de 2051.
En 32 años de viaje hemos visto la vida pasar. Han muerto compañeros pero al menos podemos apoyar los pies en sus asientos vacíos.
Mientras acaricio las canas de mi barba rala y larga hasta mi pecho recuerdo el niño que lloraba insoportablemente aquel 16 de diciembre.
Quién lo diría. Cómo crecen los chicos. Hoy vive mirando porno.Hay quien dice que nos queda poco tiempo de viaje. Que estamos a cuatro o cinco años de la bajada de la autopista.
Ya no sé si quiero llegar. Aquí he compartido la mayor cantidad de Navidades de mi vida. He empezado y terminado años sin salir del asiento.
Mi mujer no fue capaz de esperarme, y dudo de ser el padre de los seis hijos que empezó a tener tres años después de abandonarme.
Temo ya no reconocer a nadie ni ser reconocido cuando baje de este colectivo, dentro de tan pocos años, cuando finalmente llegue.
Aquí hubo mujeres que parieron y me adoptaron padrino de sus hijos por el cariño y la confianza que les merecí. Chicos que hoy pasan los 30.
Ya no quiero llegar. Ya no quiero completar el viaje. Todos me miran mientras retiro el lacre y tomo el martillo. Es un caso de emergencia.
Rompí el vidrio. En realidad se rompió sólo, tenía muchos años. Me paro en el borde de la ventanilla. Me ruegan que no lo haga.
Alguien llora desesperadamente y grita. Es un bebé. Nació otro. Que alegría. Pero debo continuar mi acto suicida.
No lo pensé más. Salté con el micro en movimiento. Es el adiós.No me hice nada. El micro venía muy lento. Estoy bien.
Me asisten mientras el micro sigue su rumbo. Vamos trotando al costado aunque me cuesta, le hice frutillita en la rodilla.
Quise poner «me» hice frutillita en la rodilla. Es difícil trotar y tuitear.Subimos al colectivo. Hay un psicólogo. Esto va de mal en peor.
Me dice que me tranquilice. Que lo mío es un claro síndrome de Estocolmo. Que me enamoré de mi secuestrada vida en Linea 129 Grupo Plaza.
Le digo que no me diga pelotudeces. Aunque puede que tenga razón. Pido un poco de calma y un asiento.
Pedí otro asiento más porque ese no se reclinaba.Me pongo los auriculares y disfruto lo que queda del viaje. «Capaz veo el Mundial 2058», pienso antes de dormirme, quién sabe hasta cuándo.